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Saturday, November 09, 2013

Un estado con ínfulas estéticas

Publicado el jueves, 11.07.13

Un estado con ínfulas estéticas
ENRIQUE PATTERSON

El gobierno cubano ha decretado su clásico no a las incipientes salas de
cines privadas. Es un gesto, tan inútil como estúpido, que refleja el
afán de seguir controlando el consumo de productos culturales en una
realidad donde dicho control –lo mismo a causa de una economía en
quiebra como por las nuevas realidades globales– inevitablemente se les
escapa.

Reconozcamos que, en general, la programación en los cines estatales es
de relativa calidad desde el punto de vista artístico. Se debe a que,
dado el control centralizado de la oferta cinematográfica, los críticos
hacen una selección previa que luego los censores pasan por el tamiz
ideológico. El resultado es una oferta de bastante calidad artística a
la vez que restrictiva respecto a aquellos temas que el estado considera
dañinos o ajenos a sus intereses político- ideológicos.

Si aceptáramos que en la medida hay sólo una intención tendiente a
enriquecer los valores y el acervo cultural de la ciudadanía, tendríamos
que concluir que el resultado es contraproducente. La misma prensa
cubana, e incluso Castro II, se han referido a la chabacanería, la
vulgaridad y la indisciplina social que asola al país.

El problema con el manejo "ilustrado" del consumo de los productos
culturales radica en su elitismo. El estado asume que todos los
ciudadanos deben consumir productos de determinados estándares éticos y
estéticos, y obliga a todos a consumir lo que libremente sería acaso la
preferencia de una elite ilustrada.

A fines de los años sesenta, en el cine La Rampa exhibían la versión
cinematográfica que hizo Orson Welles de la novela de Franz Kafka El
Proceso. La vi tres veces en diferentes días y no recuerdo haber visto
en aquel cine, inmenso y aun bello, a más de diez usuarios como máximo
en una de las secciones. La última vez, en la planta baja, sólo había
tres personas. Una de ellas, aprovechando el fuerte aire acondicionado
del recinto, dormía con placidez. Otro ejemplo: en la época de nuestra
amistad carnal con la "siempre hermana Unión Soviética", se abrieron en
La Habana restaurantes con el nombre de cada una las capitales de los
países del CAME que ofertaban las comidas típicas de cada país. Entre
ellos estaba "El Moscú", gigante, en el típico estilo de la arquitectura
de los soviets, nuestros ex hermanos.

En "El Moscú" se comía bien (imagino que mejor que en Rusia) y barato.
Siempre había caviar negro, sí, y buenos vinos moldavos. No sé si la
presencia constante de aquella oferta gourmet se debía a las grandes
provisiones o a la poca demanda del público habanero que prefería carne
de puerco asada o frita; y cerveza fría, sin etiqueta, en el restaurante
"El Cochinito". Ambos ejemplos son ilustrativos: la oferta de un
producto exclusivo, de alta calidad –incluso a bajos precios– no implica
que la gente lo consuma. Cada persona consume lo que desea o lo que
necesita. En general, en las opciones que brinda una sociedad a la
ciudadanía vale el mismo principio: no sólo existe un objeto para un
sujeto, sino también un sujeto para un objeto. En otros términos, a eso
se le llama libertad.

Los ciudadanos deben tener derecho a consumir todo aquello que necesiten
y puedan adquirir mientras no dañen –directa o indirectamente– a los
demás. Interferir en eso, al margen de que la intención fuera altruista
(que no es el caso) resulta dañina para la sociedad en su conjunto. La
libertad constituye la base de todos los valores. Sin ella la sociedad,
y Cuba es un ejemplo, se enferma.

Es apreciable que el estado propicie una oferta de productos culturales
de calidad (siempre que éste sea el criterio exclusivo) para garantizar
el acceso de los ciudadanos que deseen consumirlos, no importa cuál sea
su estatus económico. El disfrute de la cultura no debiera estar
determinado por el tamaño del bolsillo. El resultado serían mejores
individuos; pero obligarlos a consumir incluso lo excelente, y
prohibirles otras elecciones los hace peores. La falta de libertad
atenta contra los valores.

Si, como sospecho, se trata realmente de la intención de controlar lo
que los ciudadanos puedan ver o no ver, han errado el tiro. Los cubanos
seguirán viendo lo que desean a escondidas. Una mejor forma de controlar
la actividad hubiera sido regular la actividad en lugar de condenarla
(como ahora ocurrirá) al clandestinaje.

En lugar de exigirles a los cubanos qué tipo de productos culturales
deban consumir, más les valiera dedicarse a lograr que puedan satisfacer
sus necesidades más primarias sin tener que soñar con irse del país. Y
de paso, en aras del interés nacional, dejar de proteger a delincuentes
que –luego de robarle millones a los servicios de salud pública
norteamericanos– se refugian en la isla. Esos servicios de salud que
aquí sí cubren a los que menos tienen, muchos de ellos cubanos recién
llegados. ¡Qué paradoja! El estado cubano tiene ínfulas estéticas, a la
vez que ha convertido al país en una cochiquera.

Source: "Un estado con ínfulas estéticas - Opinión - ElNuevoHerald.com"
-
http://www.elnuevoherald.com/2013/11/07/v-fullstory/1608796/un-estado-con-infulas-esteticas.html

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